¿Controlas la ira o dejas que la ira te controle?.
“No te enojes”.
“Enfadarse no es bueno”.
“La ira es mala consejera”.
Catalogada como negativa, la ira es una de las emociones más denostadas, hasta tal punto que a veces negamos estar enfadados, aunque estemos hirviendo por dentro.
La ira estalla por diferentes motivos. A menudo es el resultado de la frustración, cuando nuestras expectativas y planes se rompen. Pero también puede ser el resultado de una injusticia sufrida en carne propia o ajena.
Cuando no reconocemos la ira e intentamos ocultarla de nosotros mismos puede transmutar rápidamente en emociones que terminarán envenenándonos poco a poco, como la amargura, el desprecio o incluso el cinismo. Esos estados son más duraderos que la ira y pueden afectar nuestra salud y relaciones interpersonales.
El enorme poder positivo y dinamizador de la ira
La ira no siempre estuvo rodeada del halo de negatividad que tiene en la actualidad. Hace siglos Aristóteles dijo que “el hombre enojado apunta a lo que puede lograr y la creencia de que alcanzará su objetivo es placentera”. La ciencia le da la razón.
Las investigaciones más recientes realizadas en el campo de las Neurociencias y la Psicología nos demuestran que la ira no es un estado tan negativo y destructivo como pensamos y que en ciertas circunstancias incluso puede ser positiva - siempre que sepamos gestionarla.
La ira tiene un enorme poder activador. Cuando nuestra irritación aumenta, nos impulsa a afrontar desafíos que en otras circunstancias habríamos evitado. Se trata, por tanto, de una emoción muy potente que nos conduce a la acción.
La ira también nos ayuda a enfocarnos en los aspectos prácticos y las ganancias que podemos obtener en una situación determinada, como comprobaron investigadores de la Universidad de Utrech. En práctica, nos empuja a reestructurar nuestros estados internos para prepararnos a abordar el problema, en vez de evitarlo.
Debemos recordar que la ira es una señal que actúa en dos direcciones. Hace presión desde dentro para darnos el empujón que necesitamos para superar un obstáculo o una situación aversiva y, a su vez, es una señal comunicativa hacia fuera que indica que no estamos dispuestos a dejar que nos pisoteen. El enojo - bien gestionado - nos ayuda a poner límites saludables para que los demás respeten nuestras necesidades y no vulneren nuestros derechos.
La ira también fomenta la persistencia a corto plazo; o sea, permite que nos mantengamos concentrados en nuestro objetivo estimulando la tenacidad. Desde esta perspectiva, la ira es tan solo una herramienta más de nuestro “kit emocional”, siendo el polo opuesto al miedo, la tristeza y la ansiedad, sentimientos que conducen a la evitación y que a menudo nos impiden conseguir lo que deseamos.
De hecho, la ira también puede hacer que seamos más optimistas. Una investigación realizada en la Universidad Carnegie Mellon después de los ataques terroristas del 11 de septiembre reveló que quienes reaccionaron con ira esperaban menos ataques en el futuro mientras que quienes tenían miedo alimentaban perspectivas más pesimistas.
¿Cómo canalizar la ira asertivamente?
Las personas más resilientes que responden de manera más adaptativa a las demandas del medio son aquellas que tienen una mayor granularidad emocional, un concepto que hace referencia a la capacidad para experimentar, comprender y gestionar un amplio diapasón emocional. Ese diapasón emocional incluye la ira.
De hecho, no existen emociones negativas sino mal gestionadas. La ira resuena con diferentes intensidades, oscilando desde una irritación leve hasta la molestia o una furia intensa. Eso significa que puede ser adaptativa o tóxica, según cómo la gestionemos.
Acepta la ira. La ira puede ser una valiosa fuente de energía, pero si la niegas puede terminar enquistándose bajo forma de resignación o de rabia contenida. Por eso el primer paso para canalizar la ira consiste en aceptar esa molestia y enfado. Enfadarte no significa que seas una “mala persona”, solo significa que eres humano. Cuando decides mirar la ira cara a cara puedes elegir qué hacer a continuación, en vez de dejar que tus emociones decidan por ti.
Asume una distancia psicológica. En algunos casos, la ira puede ser como un resorte que te impulse a actuar de manera impulsiva, por lo que antes de hablar o tomar una decisión, debes detenerte un segundo. Si estás muy enfadado, será mejor que te distancies de la situación para que puedas verla con más perspectiva. Puedes dar un paseo, tomarte un tiempo o aplicar técnicas de meditación o respiración que te ayuden a calmarte. Así podrás decidir cuál es la mejor estrategia para usar esa energía que bulle en tu interior.
Expresa lo que sientes sin dañar a los demás. “Cualquiera puede enfadarse, eso es muy fácil. Pero enfadarse con la persona adecuada, en el grado exacto y en el momento oportuno, por una razón justa y de modo correcto, eso no es tan sencillo”, escribió Aristóteles. Aunque es un arte difícil de manejar, en tu día a día debes encontrar maneras asertivas de expresar tu enojo enfocándote en la resolución del problema que te molesta. No tengas miedo a defender tus derechos, pero ten siempre en cuenta las necesidades y sentimientos de los demás.
Por último, pero no menos importante, asegúrate de no quedarte atrapado en la espiral de la ira. Déjala ir una vez que ha cumplido su función. Recuerda que lo que nos enferma y daña nuestras relaciones no es experimentar las emociones, sino quedarnos atrapados en ellas, permitir que se cronifiquen y se conviertan en pautas de comportamiento estables.
Psicólogos de la Universidad de Ámsterdam comprobaron que las personas enojadas producen más ideas originales y creativas, pero también alertaron que esa energía tiene una vida limitada porque “quema” los recursos rápidamente. Por tanto, aprovecha su energía, pero luego asegúrate de liberar los restos porque pueden transformarse en rencor.
El hecho de que la ira sea adaptativa o incluso esté justificada no es excusa para dejar que tome el mando o reaccionar agresivamente. El secreto, como todo en la vida, consiste en desarrollar sistemas de respuestas emocionales flexibles que promuevan el equilibrio.
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