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jueves, 2 de julio de 2020

Mentalidad victimista, quejarse por todo sin hacer nada para cambiar.


Mentalidad victimista, quejarse por todo sin hacer nada para cambiar.




Todos, en algún momento de nuestra vida, hemos sido víctimas de las circunstancias. Las cosas a veces se tuercen. No salen como habíamos previsto. La adversidad llama a nuestra puerta con peculiar insistencia. Los sueños se rompen. Las soluciones se convierten en problemas…
En esos momentos, todos nos hemos quejado. Hemos pensado en nuestra mala suerte. En las ironías del destino. Nos preguntamos por qué nos ha pasado justo a nosotros. Nos auto compadecemos. Es normal. Necesitamos liberarnos de esa frustración y renegociar nuestras esperanzas para alinearlas con la realidad. Pero luego nos ponemos de pie. Recomponemos los pedazos rotos y seguimos adelante.
Algunas personas, sin embargo, se quedan atrapadas en ese bucle de autocompasión y terminan cayendo en la trampa del victimismo.

Locus de control externo, cuando la culpa es de todos los demás

Todos atravesamos momentos difíciles, afrontamos pérdidas y crisis, enfermamos y fracasamos, pero hay personas que se quedan atascadas en esas situaciones desarrollando una visión sombría del mundo. Entonces se convierten en víctimas de sí mismas.
Las personas con una mentalidad victimista se quejan constantemente de cuán difícil es su vida, pero si alguien les ofrece soluciones para cambiarla, se aferrarán con uñas y dientes a su larga lista de “Sí, pero…”.
Son auténticos especialistas en buscar problemas para cada solución. Y si le hacen notar esa actitud, es probable que respondan diciendo que no somos capaces de entender cuán dura ha sido su vida y añadirán todo tipo de experiencias para consolidar su posición de víctimas.
Detrás de la mentalidad victimista se encuentra un locus de control externo. El locus de control son las creencias respecto a las causas de nuestras experiencias y los factores a los cuales atribuimos nuestro éxito o fracaso.
Las personas con un locus de control externo creen que no tienen poder sobre sus vidas y atribuyen sus éxitos o fracasos a factores externos que escapan de su voluntad. Si su relación se rompe, echarán la culpa a su pareja. Si les echan del trabajo, culparán a su jefe. Si fracasan en un proyecto, culparán a la sociedad.
No suelen hacer examen de conciencia ni se preguntan cómo han contribuido a lo que ha pasado porque están convencidas de que son víctimas. La responsabilidad no es suya. Creen que la vida está más allá de su control y que el mundo conspira en su contra, poniéndoles los obstáculos mayores, las pruebas más desafiantes y las desgracias más terribles.
Así terminan convenciéndose de que “la vida es muy dura”, que “no se puede confiar en nadie” porque “todos están en mi contra” o que “la desgracia siempre está a la vuelta de la esquina”. Frases que a menudo salpican sus conversaciones dejando entrever una indefensión aprendida.
La indefensión aprendida se produce cuando estas personas se convencen de que ya no tiene sentido luchar porque, hagan lo que hagan, no podrán cambiar las circunstancias. Entonces se convierten en meros espectadores de su vida. Se sientan al lado del camino a criticar y lamentarse de lo que les ocurre sin mover un dedo para intentar mejorar la situación.

Los beneficios insospechados del victimismo


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