El secreto para cumplir tus propósitos de año nuevo de una vez por todas.
Comer de manera más saludable. Empezar a practicar deporte. Dejar de fumar. Leer más. Adelgazar. Pasar menos tiempo en las redes sociales. Aprender un nuevo idioma. Empezar a ahorrar. Ser más productivo. Tener más paciencia…
La llegada de un nuevo año nos inunda de buenos propósitos. La sensación de estar ante una página en blanco en la cual escribir una nueva etapa de nuestra vida genera cierta euforia que a menudo transmuta en objetivos poco realistas.
Por desgracia, muchas de esas metas tienen una vida muy corta. Diferentes estudios y encuestas revelan que la inmensa mayoría de las personas abandonan sus buenos propósitos de año nuevo en febrero.
Tras dar seguimiento a 200 personas durante dos años, investigadores de la Universidad de Scranton descubrieron que el 77% de ellas mantuvo sus promesas durante apenas una semana. Solo el 19% fue capaz de mantenerse fiel a sus metas durante dos años.
La ciencia nos confirma que no basta con prometernos que este año será diferente. Los viejos hábitos siempre están al acecho. Necesitamos algo más.
Efecto del nuevo comienzo: ¿por qué nos planteamos buenos propósitos todos los años?
En 2014, Katherine Milkman investigó esa sensación de euforia y empoderamiento que nos invade cuando llega un año nuevo y nos motiva a plantearnos metas poco realistas para los próximos 12 meses de nuestra vida. La llamó el “efecto del nuevo comienzo”.
Milkman descubrió un fenómeno curioso: solemos plantearnos objetivos nuevos cuando nos encontramos ante una fecha importante, como puede ser un cumpleaños o aniversario, un nuevo año o el inicio de una semana o un mes. Al parecer, esas referencias temporales nos inspiran a cambiar nuestro comportamiento insuflándonos una dosis extra de energía.
Es probable que este fenómeno siente sus bases en una creencia muy arraigada en nuestra sociedad: los nuevos comienzos son oportunidades de cambio y crecimiento personal. De hecho, percibir cierta discontinuidad en el calendario genera dos efectos psicológicos importantes.
Por una parte, algunas fechas se convierten en hitos temporales que nos sacan de la corriente de sucesos triviales y ordinarios del día a día. El fin de año, por ejemplo, nos anima a hacer un alto en la vertiginosidad cotidiana para reflexionar sobre el pasado y proyectarnos al futuro.
Por otra parte, esa discontinuidad en nuestra percepción del tiempo nos hace sentir que se abre una nueva etapa de nuestra vida y nos ayuda a asumir una distancia psicológica que nos permite desconectarnos de las imperfecciones y errores del pasado.
Aunque percibimos la interconexión entre nuestro “yo” pasado, presente y futuro, también solemos verlos como componentes separados de nuestra identidad. Esa perspectiva nos permite proyectar un nuevo “yo” más en consonancia con la persona que deseamos ser.
La posibilidad de hacer borrón y cuenta nueva es tentadora. Por eso cada año nuevo solemos plantearnos buenos propósitos. Sin embargo, no basta con las buenas intenciones. Necesitamos que nos guíen los motivos adecuados.
Motivación intrínseca, la clave para cumplir nuestras metas
La llegada de un nuevo año nos brinda un gran impulso psicológico para cambiar. Pero se trata tan solo del primer empujón, debemos asegurarnos de tener “combustible” suficiente para seguir adelante. Ese “combustible” es la motivación.
La motivación es lo que nos impulsa y mantiene centrados en nuestros objetivos. Sin embargo, existen dos tipos de motivación. La motivación extrínseca necesita un flujo continuo de recompensas externas mientras que la motivación intrínseca se sustenta por sí misma porque el objetivo que nos hemos planteado tiene un propósito real para nosotros o está vinculado a algo que valoramos.
Un estudio realizado en la Universidad Estatal de Ohio, por ejemplo, reveló que la motivación intrínseca nos ayuda a mantenernos constantes en la práctica de ejercicio físico a lo largo del tiempo. Otra investigación llevada a cabo en la Universidad de Rochester concluyó que la adherencia al deporte mejora cuando nos sentimos satisfechos con su práctica y valoramos las competencias adquiridas, pero disminuye cuando los motivos que nos impulsan están relacionados con la apariencia física.
En práctica, la motivación intrínseca nos garantiza que estamos persiguiendo una meta por las “razones correctas”. En cambio, si nos planteamos objetivos guiados por motivos extrínsecos, es probable que tiremos rápidamente la toalla. Si necesitamos continuamente un reforzamiento externo, cuando este se atenúe o desaparezca nuestra motivación también caerá en picado. Será más fácil que nos desanimemos y frustremos.
Al contrario, si disfrutamos del camino que nos conduce a nuestros objetivos y somos plenamente conscientes de los beneficios que nos aportan, podremos tomar las decisiones correctas cuando lleguemos a las ineludibles bifurcaciones que encontraremos a lo largo del camino.
¿Cómo diferenciar los motivos intrínsecos de los extrínsecos?
Distinguir los motivos intrínsecos de los extrínsecos no siempre es fácil. A menudo nuestros deseos y necesidades se funden con las presiones y expectativas sociales formando un ovillo en nuestra mente.
Para desenredar nuestras motivaciones debemos prestar más atención a las sensaciones. Si un motivo es extrínseco, más temprano que tarde comenzaremos a sentir un enorme peso. Percibiremos los pasos que debemos dar para lograr esa meta como una obligación impuesta. Los motivos intrínsecos, al contrario, nos hacen sentir inspirados durante la mayor parte del tiempo y, aunque algunos pasos pueden ser difíciles, su consecución nos hace sentir satisfechos.
También debemos prestar atención a nuestro diálogo interior. Cuando nos guía una motivación extrínseca solemos usar palabras como “debo hacer dieta” o “tengo que ir al gimnasio”, las cuales suelen denotar una presión externa. Al contrario, cuando la motivación es intrínseca usamos un lenguaje más personal, como “voy a hacer dieta” o “quiero ir al gimnasio”.
Para no caer en la trampa de los motivos extrínsecos, será mejor que nos preguntemos: ¿De dónde surgen nuestros propósitos? ¿Por qué son importantes para nosotros? ¿Qué satisfacciones nos aportarán? ¿Disfrutaremos de la consecución de esos objetivos?
Si no somos capaces de responder a estas preguntas, es probable que nuestros motivos respondan a presiones o expectativas externas. Por tanto, deberíamos reconsiderarlos. En ese caso, deberíamos plantearnos otras metas que estén en sintonía con nuestras auténticas prioridades.
Ni el mejor de los motivos te llevará lejos si no planificas
Los motivos intrínsecos son el por qué, pero para lograr nuestros buenos propósitos de año nuevo también necesitamos un cómo. Las mejores motivaciones pueden estrellarse contra el muro de la realidad y los viejos hábitos. Para que eso no ocurra necesitamos planificar.
Investigadores de la Universidad de Minnesota nos dan una pista: cada pequeña decisión encierra la posibilidad de abandonar el camino emprendido. Cuantas más decisiones tengamos que tomar a lo largo del camino, más difícil nos resultará mantener el autocontrol y la fuerza de voluntad necesarios para lograr nuestros objetivos.
Por tanto, necesitamos simplificar la consecución de nuestras metas estableciendo una rutina y apegándonos a ella. Eso significa que, si queremos seguir una dieta más saludable, debemos planificar un menú semanal para no tener que decidir cada día qué comer. Si queremos ponernos en forma, debemos planificar los horarios y el tipo de entrenamiento con antelación.
Así evitaremos sentirnos abrumados por todas esas pequeñas decisiones. Y lograremos que la actitud entusiasta del año nuevo no deje paso en febrero a la sensación de que todo es demasiado difícil como para seguir adelante.
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