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martes, 16 de marzo de 2021

7 RAZONES POR LAS QUE LOS FLACOS NO ENGORDAN (SEGÚN LA CIENCIA)



7 RAZONES POR LAS QUE LOS FLACOS NO ENGORDAN (SEGÚN LA CIENCIA)


No solo tiene que ver con el consumo calórico ni con los genes. Esto es lo que saben a día de hoy los científicos sobre por qué los flacos no engordan

Jamás cortan a la mitad un trozo de pastel. Meriendan. Para ellos, el mundo habla constantemente de algo más ajeno que la materia oscura cósmica: los kilos de más. Son esas personas flacas de toda la vida. Apenas se tienen en cuenta en los estudios, porque ser flaco no es un problema de salud. ¿Acaso no tienen ellos el secreto para acabar con la pandemia de obesidad que nos devora?

TIENEN TEMPERATURAS CORPORALES MÁS ALTAS

Las personas delgadas tienen peculiaridades en cuestiones naturales como la respiración, el ritmo cardíaco y el proceso digestivo. “Hay personas a las que les pones el termómetro y tienen 35,8 ºC y otras que tienen 36,1 ºC. Esos 0,3 ºC de diferencia un día y otro y otro suponen una diferencia energética enorme en un año”, destaca Francisco Botella, miembro de la Sociedad Española de Endocrinología y Nutrición (SEEN). Una diferencia de 0,3 ºC en la temperatura corporal supone un gran gasto energético en un año.

El cúmulo de todos esos micromovimientos inconscientes va restando calorías al saldo corporal

Además, realizan muchísimos más movimientos involuntarios, más relacionados con el talante de cada persona: pasar de un pie a otro, tocarse el pelo, acomodarse una y otra vez en la silla, tocarse la cara, rebuscar en el bolso, estirar las mangas de la chaqueta… El cúmulo de todos esos micromovimientos inconscientes va restando calorías al saldo corporal.


En el Laboratorio de Alimentos y Marcas de la Universidad de Cornell (EE. UU.), dirigido por Brian Wansink, han creado un Registro Global de Peso Sano para estudiar a quienes lo han mantenido durante toda su vida sin especial esfuerzo. Los llaman “delgados despreocupados”.

En una encuesta sobre sus rutinas diarias, estos manifestaron tomar alimentos de muy buena calidad, cocinar en casa, “detectar y hacer caso” a las necesidades de su cuerpo y no sentir culpa por episodios ocasionales de glotonería. Además, desayunaban siempre, normalmente incluyendo frutas, verduras y huevos.

Pero ¿cómo se llega a esos hábitos? Para averiguarlo, Wansink y sus colegas les preguntaron cómo se había tratado la comida en sus familias y compararon sus respuestas con las de otros voluntarios con mayor IMC.

Los más delgados coincidieron en general en que sus padres cocinaban con ingredientes frescos, hablaban con ellos de nutrición y realizaban actividades al aire libre en familia, y ellos tenían muchos amigos y dormían un número saludable de horas entre semana.

Los que no formaban parte del grupo de «flacos despreocupados» declararon que en sus casas la comida se utilizaba como recompensa o castigo, sus padres –con frecuencia obesos– les restringían los alimentos, de niños tomaban más zumos y refrescos que agua y, a menudo, habían sufrido bullying de sus compañeros. En muchos pequeños sometidos a maltrato físico desciende el nivel de la hormona leptina, que participa en la regulación del apetito y aumenta el uso de energía que hace el cuerpo. Como consecuencia, estas funciones se distorsionan y se tiende a comer más de lo necesario.

Jet lag’ social

Y “lo necesario” puede variar incluso con el horario. “El ser humano está preparado para vivir, comer y actuar de día, y dormir, ayunar y estar en reposo de noche”, manifiesta Juan Antonio Madrid, catedrático de Fisiología de la Universidad de Murcia”.

El especialista en cronobiología –la influencia de los ritmos circadianos en los procesos biológicos–, asegura que un trabajo a turnos ya puede suponer un riesgo metabólico. Sin embargo, comer abundantemente más temprano y ayunar por la noche contribuye a una delgadez saludable. “Un mismo alimento, en la misma cantidad, si se ingiere por la mañana activa la termogénesis de la grasa parda un 50 % más a las 8 de la mañana que a las 8 de la noche, cuando se tenderá más a almacenarlo”.

La grasa parda, que en los humanos se localiza sobre todo alrededor del cuello y la clavícula, transforma la grasa blanca en calor, eliminándola.


De igual modo, si reducimos las horas de sueño a 5 o 6, provocaremos una tendencia a engordar.

Últimamente los investigadores han detectado lo que denominan el “jet-lag social”: el desequilibrio provocado cuando acostumbramos a trasnochar mucho el viernes y sábado. Si la diferencia entre la hora de levantarse el resto de los días y el fin de semana es de dos horas, ya está garantizado, “y se asocia a mayor riesgo de obesidad, depresión, baja motivación, etc”, asegura Madrid.

No parar quieto

El horario es solo uno de los muchos elementos que actúan sobre cómo gastamos lo que ingerimos. Y muchos de ellos vienen ya en el equipamiento genético. Así, se ha descubierto que los genes responsables de la altura y los de un peso bajo están relacionados. Lo que explicaría que tantos suecos, noruegos o finlandeses sean altos y delgados, como sus madres.

Del mismo modo, la herencia determina la cantidad de grasa marrón del cuerpo o la abundancia de moléculas que inciden en los procesos metabólicos de este.

Como la forma en que actúa la enzima NAMPT en las células adiposas. Lo ha detectado recientemente una investigación de Karen Nørgaard, de la Fundación Novo Nordisk, en Dinamarca. Mediante manipulación genética, eliminaron la NAMPT en varios roedores. Al proporcionarles una dieta con un 60 % de grasas saturadas (equivalente a un menú humano de pizza y hamburguesas), vieron que no ganaban peso. Sus congéneres del grupo de control, con la misma alimentación y sin supresión enzimática, tardaron solo 12 semanas en volverse obesos.

La aplicación a humanos aún está lejos. Zachary Gerhart-Hines, coautor del estudio, nos explica que la inhibición de esa enzima se está realizando con fármacos muy potentes en ensayos para tratamiento de ciertos tipos de cáncer. Pero “no sabemos si eso afectará a la acumulación de grasa”.


Además, una eliminación general de esa sustancia en el cuerpo podría afectar negativamente a los músculos y el cerebro. Por eso, de momento solo están estudiando las mutaciones naturales que protegen a la gente de la obesidad.

Ayuda de la flora intestinal

En nuestro aparato digestivo habitan billones de bacterias, virus y hongos. Esa minipoblación –y en particular la del intestino grueso– participa en el modelado de nuestra figura, porque contribuye a generar más o menos grasa y también configura los “avisos” de saciedad al cerebro. Serguei Fetissov, de la Universidad de Ruan (Francia), descubrió cómo: a los 20 minutos de alimentarse, las bacterias creaban otro millón de individuos y segregaban unas proteínas que activaban hormonas de la saciedad y neuronas asociadas a la reducción del apetito.


La composición de esta microbiota es propia de cada individuo y termina siendo más parecida entre compañeros de piso que entre familiares que no conviven. Además, puede modificarse mediante la dieta. Muchos grupos de investigación buscan cómo “obligarla” a ayudarnos a alcanzar la distribución más eficiente de la grasa en nuestro cuerpo.


martes, 9 de marzo de 2021

Si quieres sentirte mejor, no intentes ser feliz, sé auténtico.

 

Si quieres sentirte mejor, no intentes ser feliz, sé auténtico.



De Séneca a Aristóteles, la felicidad fue un tema recurrente en la filosofía clásica. Siglos después seguimos persiguiendo el Santo Grial de la felicidad. Sin embargo, obsesionarnos con ser felices puede ser contraproducente y conducirnos a la infelicidad.

Se supone que cuanto más valoremos la felicidad, más resultados positivos alcanzaremos y más felices seremos. Sin embargo, esta idea tiene algunos puntos débiles, como demostró un estudio realizado en la Universidad de Denver.

Estos psicólogos preguntaron a las personas cuánto valoraban la felicidad y cuánto se esforzaban por ser felices. Tras 18 meses de seguimiento, descubrieron que quienes se esforzaban más por ser felices reportaron un 50% menos de emociones positivas, un 35% menos de satisfacción con la vida y un 75% más de síntomas depresivos que las personas que tenían otras prioridades.



Ese efecto contradictorio se apreciaba tanto en las situaciones estresantes de la vida cotidiana como en aquellas alegres. En práctica, las personas que se enfocaban demasiado en la felicidad parecían disfrutar menos de los pequeños placeres de la vida, era como si se sintieran decepcionadas de su nivel de felicidad.

Cuando valoramos mucho algo, aumentan las probabilidades de que nos sintamos contrariados y frustrados si nuestras elevadas expectativas no se cumplen. Obsesionarnos con la felicidad activa un mecanismo de autoobservación constante. Nos monitorizamos en busca de las señales de alegría y satisfacción. Cuando no las encontramos o no son tan intensas como esperábamos, nos sentimos inmediatamente más desgraciados.

Estos investigadores concluyen que “intentar maximizar la felicidad puede ser contraproducente”. En su lugar, debemos seguir el consejo del filósofo Henry David Thoreau cuando escribió: “La felicidad es como una mariposa, cuanto más la persigues, más te eludirá. Pero si vuelves tu atención a otras cosas, vendrá y suavemente se posará en tu hombro”.

La autenticidad como camino hacia la felicidad

Entonces, ¿qué puede hacernos felices? La respuesta llega de la mano de otro estudio, esta vez llevado a cabo en la Universidad de Bamberg. Estos psicólogos comprobaron que la autenticidad nos brinda un profundo sentido en la vida que puede conducirnos a la felicidad y el bienestar.

Esa autenticidad no surge del contraste entre el individuo y otras personas - no somos más auténticos en la medida en que seamos más diferentes del resto - sino que nace de una profunda conexión con nuestro “yo”. La autenticidad no se busca fuera sino dentro, es el encuentro y la aceptación de nuestra unicidad.

¿Por qué ser auténticos puede hacer que seamos más felices?

Cuando somos auténticos terminamos siguiendo a nuestro corazón. Tendremos más probabilidades de encontrar nuestro camino en la vida, sea cual sea. En ese camino podremos explorar nuestros intereses y encontraremos la motivación intrínseca que nos mantendrá enfocados en nuestras metas.

Cuando esas metas están alineadas con nuestro “yo” auténtico, nos sentiremos identificados con ellas y con los pasos que debemos dar para alcanzarlas, por lo que todo resultará más natural. Al disfrutar de lo que hacemos entraremos en un estado de flujo, de manera que viviremos experiencias más gratificantes y significativas.

A la larga, seguir nuestras pasiones nos conducirá a desarrollar una mayor percepción de autoeficacia; o sea, sentiremos que somos capaces de lograr lo que realmente cuenta para nosotros. Eso genera una sensación de empoderamiento y de satisfacción con la vida.

La autenticidad también es clave en el plano de las relaciones interpersonales. Cuando sabemos quiénes somos y qué queremos buscaremos relaciones que nos nutran y nos alejaremos de personas tóxicas que nos hagan sentir mal. De esa autenticidad emanan relaciones más profundas y significativas. Los demás nos aprecian y valoran por lo que realmente somos, en vez de relacionarnos desde roles preconfigurados socialmente.

Los 3 pasos imprescindibles para ser más auténticos

Cambiar constantemente para intentar encajar en el mundo de los demás no solo es agotador, sino que también puede ser dañino. Cuando solo miramos hacia afuera preguntándonos qué quieren los otros, resulta muy difícil conectar con nuestras emociones y determinar lo que es importante para nosotros. Si no conectamos con nuestro “yo” terminaremos persiguiendo un ideal de felicidad ajeno que nos condena a un bucle de insatisfacción permanente. ¿Cómo recuperar esa conexión con nosotros mismos?

1. Encontrar nuestros “puntos de conexión”. Cuando estamos demasiado imbuidos en los roles sociales que desempeñamos a diario, preguntarnos qué nos hace felices puede ser engañoso. Quizá solo encontremos respuestas estereotipadas, de manera que terminemos buscando la felicidad en lo que se supone que debe hacernos felices, no en lo que realmente nos satisface y llena.

Por eso, no debemos preguntarnos qué nos hace felices, sino que nos hace sentir conectados con nosotros mismos. Se trata de encontrar esas pequeñas y grandes cosas que nos brindan alegría y un propósito a nuestra vida para hacerles cada vez más espacio en nuestra agenda. Así, cuando algo no nos haga sentir bien o no esté en sintonía con nuestros valores podremos decirle “no” sin culpas ni remordimientos.

2. Expresar nuestras emociones e ideas de manera asertiva. La autenticidad no es un proceso volcado meramente al interior, debe reflejarse en lo que hacemos. Si sabemos quiénes somos y qué queremos, pero no podemos expresarlo, nos sentiremos atrapados y frustrados. Diferentes estudios han demostrado que las personas que realizan trabajos en los que deben fingir la sonrisa y mostrarse permanentemente de buen humor tienen un peor estado de ánimo cuando llegan a casa y se sienten más irritables, agotados, estresados, enfadados, tristes y/o alienados.

Si queremos ser auténticos y coherentes, necesitamos buscar vías asertivas para expresar lo que sentimos y pensamos, sin herir a los demás, pero sin permitir que los otros borren nuestra identidad. En ocasiones, eso puede implicar buscar nuevos espacios que nos permitan expresarnos como somos. Por desgracia, existen escenario sociales, grupales y familiares demasiado rígidos que no permiten la libre expresión de sus miembros. En esos casos, quizá tengamos que plantearnos movernos a otros contextos que nos permitan ser nosotros mismos.

3. Elegir metas en consonancia con lo que realmente valoramos. En un mundo que nos obliga a cambiar constantemente de roles pasando de padres a hijos, de pareja a amigos o compañeros de trabajo, es difícil recordar quiénes somos. Sin embargo, la capacidad para no dejarnos influenciar por las fuerzas sociales externas, sustentada en un conocimiento profundo de uno mismo, es una de las claves de la felicidad, según un estudio de la Universidad de Sakarya.

Eso significa que debemos replantearnos nuestras metas desde la honestidad para elegir aquellas que realmente estén en sintonía con lo que somos. De hecho, Sonja Lyubomirsky demostró que las “metas auténticas” son un requisito esencial para mantener un nivel de felicidad estable a lo largo del tiempo. Por tanto, debemos buscar aquellas metas que nos hagan sentir bien y motivados, generen una sensación de autonomía y empoderamiento y están en consonancia con la vida que queremos construir y la persona que deseamos ser. Si no encontramos esas metas, por mucho éxito que tengamos, siempre arrastraremos una sensación de vacío.