LAS CÉLULAS QUE PROTEGEN
CONTRA EL CÁNCER DE PULMÓN CRECEN DE NUEVO AL DEJAR DE FUMAR.
El organismo de las
personas que abandonan el tabaco restaura las vías respiratorias con células no
cancerosas que ayudan a proteger los pulmones
Sabemos que dejar de fumar es un paso fundamental
si se pretende reducir el riesgo de padecer cáncer de
pulmón, pero hasta ahora los expertos no estaban seguros del motivo. La investigación en la que venimos trabajando durante
los últimos tiempos ha revelado que el organismo de las personas que abandonan
el tabaco restaura las vías respiratorias con células no cancerosas que ayudan
a proteger los pulmones, lo que posibilita la disminución del riesgo de sufrir
cáncer.
El cáncer se desarrolla cuando una sola célula
experimenta unos cambios genéticos, llamados mutaciones, que enseñan a las
células a ignorar las limitaciones propias de su crecimiento y propician su
replicación descontrolada a toda velocidad. A lo largo de
nuestra vida, la totalidad de nuestras células adquieren mutaciones a un ritmo
constante (entre 20 y 50 al año). Por suerte, la inmensa mayoría de
estas mutaciones son completamente inofensivas y no afectan a nuestras células
en modo alguno.
Sin embargo, en ocasiones se puede producir una
mutación en el gen menos oportuno de la célula menos indicada, lo que puede
derivar en la aparición de un cáncer. Estas modificaciones genéticas reciben el
nombre de “mutaciones conductoras”. Para que la célula fuera
cancerosa, tendría que experimentar estas mutaciones conductoras en una cantidad entre cinco y 10 veces mayor de lo
normal.
Gracias a los avances producidos en la tecnología de
secuenciación del ADN, disponemos de la capacidad para estudiar los 3 000
millones de bases genéticas que componen el genoma o, lo que es lo mismo, la
huella genética de una célula. Al secuenciar el ADN de las células cancerosas
de los pulmones, tanto de personas fumadoras como no fumadoras, constatamos que
el consumo de tabaco multiplica la cifra de mutaciones.
La unión de los elementos carcinógenos del tabaco al
ADN se ve influenciada por sus propiedades químicas. Así pues, determinados
tipos de mutación tienen más probabilidad de ocurrir que otros distintos. En el
caso del tabaco, este imprime una inconfundible “rúbrica” en
el genoma al producir las mutaciones, al contrario de lo que ocurre con otros
tipos de daño genético.
Nuestro equipo de trabajo se ha centrado en las etapas
más tempranas del desarrollo del cáncer de pulmón. Tratamos de comprender, en
particular, el proceso que atraviesan las células normales al ser expuestas al
tabaco.
Con el fin de analizar de qué manera se ven afectadas,
elaboramos procedimientos para conseguir aislar las células normales a partir
de pequeñas biopsias de las vías respiratorias del paciente para, a
continuación, cultivarlas en una incubadora y obtener así el ADN necesario para
la secuenciación. Posteriormente, analizamos los genomas de 632 células de 16
participantes diferentes, entre los que se incluían cuatro personas que no
habían probado nunca el tabaco, seis exfumadores y tres fumadores (todos de
mediana edad o mayores), así como tres niños.
Entre aquellos que nunca habían fumado, descubrimos
que el número de mutaciones celulares había aumentado a un ritmo constante a
medida que habían pasado los años, por lo que en una persona de 60 años la
cifra natural de mutaciones de cada célula del pulmón oscila entre las
1 000 y las 1 500. Estas variaciones, provocadas por el deterioro
lógico de la salud con la edad, son el mismo tipo de mutaciones que se pueden
observar en los demás órganos. De todas las células de personas no fumadoras
estudiadas, tan solo el 5 % presentaban algún tipo de mutación conductora.
Sin embargo, los resultados que observamos en
individuos fumadores fueron muy diferentes. Descubrimos que cada célula
pulmonar presentaba una media de 5 000 mutaciones más que en cualquier
persona no fumadora de la misma edad. Aún más sobrecogedor resultó comprobar
que las variaciones entre las diferentes células de los fumadores también se
veían incrementadas.
Algunas células habían sufrido entre 10 000 y
15 000 mutaciones, 10 veces más de lo que cabría esperar en una persona
que no fuma. Estas mutaciones extraordinarias exhibían la firma de los químicos
presentes en el humo del tabaco, lo cual confirmó que podían ser atribuidas a
los cigarros.
Junto al aumento del número total de mutaciones,
percibimos también un incremento sustancial de la cantidad de mutaciones
conductoras. Más de la cuarta parte de las células de los pulmones de los
individuos fumadores analizados tenían al menos una mutación conductora, e
incluso algunos alcanzaban las dos o tres. Dado que basta con entre cinco y 10
mutaciones de este tipo para desarrollar cáncer, toda apunta a que muchas de
las células normales de los pulmones de estos fumadores de mediana edad o
mayores acabarán siendo células cancerosas.
Nunca es tarde para dejarlo
De todos los hallazgos que llevamos a cabo, el más emocionante
se produjo en aquellas personas que habían abandonado el tabaco. Observamos que
los exfumadores tenían dos tipos de células: el primer grupo presentaba las
miles de mutaciones extra advertidas en personas que continuaban fumando; el
segundo, sin embargo, estaba compuesto por células normales con la misma
cantidad de mutaciones que se podría observar en las células de alguien que
nunca había probado un cigarro.
Este grupo casi normal de células era cuatro veces más
extenso en exfumadores que en fumadores, lo cual indica que las células se
reproducen para recubrir el epitelio de las vías respiratorias de un individuo
cuando deja de fumar. Esta proliferación de células prácticamente normales se
puede apreciar incluso en personas que han fumado una cajetilla diaria durante
más de 40 años.
La razón por la cual este descubrimiento es tan
trascendental reside en que este tipo de células casi normales poseen la
capacidad de proteger contra el cáncer. Si analizásemos una célula de un pulmón
con cáncer de una persona exfumadora, procedería invariablemente del grupo de células más perjudicadas, nunca del grupo de
células casi normales.
Por lo tanto, ahora sabemos que el motivo por el cual
nuestro riesgo de padecer cáncer disminuye de manera tan significativa se debe
a que las vías respiratorias se restituyen con células que son básicamente
normales. El próximo paso será identificar cómo estas logran evitar
deteriorarse al exponerse al humo de un cigarro y de qué forma podríamos
estimularlas para que se recuperen de manera aún más eficaz.
Una posible explicación, extraída de las
experimentaciones realizadas en el pasado con ratones, es que hay un grupo de células madre en un punto
inaccesible de las glándulas encargadas de producir la mucosa secretada por las
vías respiratorias. Dicha ubicación ofrecería, evidentemente, un grado de
protección más elevado frente al humo del tabaco que la superficie de las vías
respiratorias.
Por
ahora, nuestra investigación permite reiterar que dejar de fumar a cualquier
edad no solo frena la acumulación de un daño permanente, sino que puede
despertar de su letargo a las células que no han sufrido los efectos nocivos de
los estilos de vida adoptados en el pasado